Lo peor de la maratón, al igual que en la colonoscopia, no es la prueba en sí sino su preparación. Correr una maratón requiere de gran esfuerzo físico, síquico y familiar. En mi caso, los cuatro meses previos me obligo a correr tres veces por semana, a razón de 50 o 60 kilómetros semanales. Superada la prueba, uno se da cuenta de lo titánico del esfuerzo cuando a duras penas consigue correr otras tres veces en el mismo tiempo.
En el caso de la colonoscopia la preparación es mucho más leve, pero no por ello menos intensa. Comienza con la deglución de un líquido que el facultativo receta, que tanto por su aspecto como por los efectos producidos sobre el paciente parece ser más bien un agua recién llegada de Chernobyl. Su sabor, densidad y textura plomiza son indescriptibles, así como su deposición. A uno no le queda más remedio que acordarse de Muñoz Molina cuando comprueba que "todo lo que era sólido" sale a la luz sin ningún tipo de miramientos; licuado y descompuesto sin mayores complejos.
Respecto a la prueba decir que es otra cosa y que aunque el deseo del maratoniano sea el de disfrutar de la carrera, cualquier corredor sensato sabe que poco goce hay más allá del kilómetro 30. Eso sí, si todo va bien, cuesta reprimir el par de lágrimas que asoman al sentir el peso de la medalla colgada al cuello.
Poco puedo contarles, en cambio, de los seis o siete metros -que caben (sí, caben)- de exploración colonoscópica; efectos o defectos (perfectos) de la sedación. Pero sí asegurar que también es posible el final feliz tras varios minutos de sueño reparador. Ningún hombre negará que despertar con la frase "ya puedes subirte los calzoncillos" sea de su agrado, y mucho más si la pronuncia una enfermera rubia en una clínica de Triana. Poco después, un "todo perfecto, vuelva usted en cinco años" oído antes de terminar de espabilar sirve de café con leche tardío que ayuda a despertar. Por mí vuelvo mañana mismo, le dice uno al doctor, si piensan tratarme de nuevo así.
No tengo claro cuando volveré a correr otra maratón, he decidido tomarme un descanso, pero estoy seguro de que caerán otras dos o tres antes de acudir de nuevo al colonoscopista. Lo curioso del caso es que al igual que en la maratón, a uno no le importe regresar a una prueba de la que esperaba salir con el recto escaldado.