viernes, 18 de junio de 2010

El candidato

Supongo que quien leyera mi última entrada captaría su sentido irónico. Aunque pueda no importarme demasiado haberme tomado a broma el tema de la muerte, me quedó cierto regusto amargo por situar, con nombres y apellidos, a célebres personajes ante su terrorífica guadaña. Es más, los dos primeros comentaristas, Alegre Opinador y Jesús Cotta, podrían corroborar cómo dejaron sus comentarios detrás de una coletilla de dudoso gusto que remataba mi escrito. Borrar la frase "¡Hagan sus apuestas, señores!" fue lo primero que hice al comenzar el nuevo día.

Les traigo a mi blog una imagen de dos de los nominados. En ella pueden ver cómo acompasan sus pasos, ante un manto vegetal, dos personas que tuvieron que hacer lo propio, hace más de treinta años, ante el telón de fondo de nuestra transición hacia la democracia. A la izquierda, su Majestad, que actualmente convalece de una operación en la que se le extirpó un tumor; apoya su brazo derecho sobre un enfermo Adolfo Suárez, que padece de Alzheimer y, sobre todo, del dolor indeleble provocado por el cáncer que le arrebató a su mujer, Amparo, a su hija Miriam y rozó de paso a su pequeña Sonsoles.

No sé por qué, pero me parece una imagen deliciosa y capaz de conmoverme. No creo que se deba a la presencia del Rey, pues no siento por su familia esa desmesurada admiración que tienen muchos de mis compatriotas. Que nadie me malinterprete: me incomoda tener que situarme, forzosamente, entre dos extremos contrapuestos y quiero dejar claro que me siento a años luz del significado que tiene la palabra República en España. Debe de ser, por tanto, la imagen de Adolfo Suárez la que me estremezca: un político cuyo recuerdo está irremediablemente ligado a mi infancia y cuya voz, dirigiéndose con su acento castellano a la nación, forma parte de mi imaginario de la época. Un político que consiguió aglutinar, en torno a sí, las ilusiones de millones de personas incapaces de identificarse con alguno de los polos contrapuestos que tanto daño se hicieron. Un político al que he aprendido a valorar, cada vez más, por el hastío y la desazón que me provocan los continuos rifirrafes de la clase política actual e, incluso, un perfil político al que suelo echar de menos cuando acudo a votar.

Con el tiempo, he sido capaz de entender que Adolfo Suárez fue un hombre responsable y trabajador, con sentido de Estado y guiado, en todo momento, por su coherencia y sentido del deber. Un político que no dudó en presentar su dimisión cuando comprobó que cada vez contaba con menos apoyos dentro de su propio partido o de la Corona. Un político que dio una lección de saber qué lugar le correspondía al cargo público que ostentaba, el 23 de febrero de 1981, cuando el teniente coronel Tejero irrumpió en el Congreso de los Diputados, en plena sesión de investidura de su sucesor Calvo Sotelo. Un político que únicamente se movió de su asiento para tratar de salvaguardar la integridad del general Manuel Gutiérrez Mellado, que no se amedrentó ante los asaltantes y les plantó cara.

Creo que nuestra sociedad está lo suficientemente madura como para que no volvamos a padecer ninguna intentona golpista más. Esto nos lo debemos a nosotros mismos y no a los que tratan, o anhelan, gobernarnos. Llegado el hipotético caso, la gran diferencia respecto a hace 29 años sería que la totalidad del parlamento actual se echaría al suelo y veríamos cómo los más cercanos a la banqueta del Presidente tendrían que taparse las narices con sus manos.

lunes, 3 de mayo de 2010

El perro de Goya

Perro semihundido (1819-1823)
Francisco de Goya y Lucientes
131 x 79 cms. Museo del Prado

Recuerdo, como si fuera ayer, mi primera visita al Prado. Los rostros alargados de El Greco, los delirios de El Bosco, los ángeles de Murillo, la luz en Velázquez y el niño absorto ante el perro. Recuerdo, como si fuera ayer, el irremediable tirón de brazo que me dio mi hermano, que no comprendía qué hacía yo allí plantado, ajeno al resto del mundo.

Ahora, escribo agotado desde mi taller de restauración en el propio museo, después de tres días de encierro en los que apenas he comido ni dormido. A mi derecha, el lienzo de Goya, a mi izquierda, su radiografía a tamaño real. Frente a mí, el ordenador en el que escribo, que ha de servirme para redactar el informe de la restauración del cuadro que inicia mi equipo mañana.

Quizá debería comenzar a escribir que la limpieza del cuadro debe respetar la oxidación de los barnices que envejecieron sus ocres, que sus manchas son ya pátinas que no debemos eliminar por completo y que no es mi intención travestir de nuevo a otro Goya.

Quizá debería comenzar a escribir que las placas demuestran que junto al perro no hay gato encerrado, que pese a las teorías que afirman que es una obra inacabada, los análisis demuestran que es una obra completa, una obra maestra que debe ser misión de otros interpretar.

Quizá debería comenzar a escribir mi carta de dimisión al Patronato, o tal vez al Ministerio, pues pasé el día de ayer con una gran lupa pegada a la pupila del perro, estudiando cada detalle de la pequeña pincelada que me hipnotizó de pequeño y que llevo todo el día de hoy haciendo lo que mi profesionalidad debería haberme impedido, convirtiendo, con una minúscula espátula, el óleo blanco en imperceptible polvo de siglos.

Quizá, jamás debería escribir que tras muchas horas de minucioso trabajo descubrí el olor a pólvora encerrado en la mirada del animal, sediento por no encontrar más que sangre para calmar su sed en el camino por el que vaga desde la Puerta del Sol a la de Alcalá. Quizá, jamás debería escribir que rascando en su pupila encontré el reflejo textil mostaza del insurrecto y, bajo él, la sangre derramada en el charco, con la certeza de que si buscaba más arriba encontraría el blanco de la camisa, bajo la tez oscura, de un crucificado descamisado a punto de caer en otro monte Calvario.

Agotado como estoy, me quedan varias horas para intentar restituir la pintura a su estado original. Agotado como estoy, sé que mi informe no incluirá que la mirada del perro solo implora que un soldado francés le dé su tiro de gracia o, que al menos, tenga la amabilidad de rematarlo con su bayoneta... a escasos metros de aquí.

El 3 de mayo de 1808 en Madrid:
los Fusilamientos de la Montaña del Principe Pío (1814)
Francisco de Goya y Lucientes

268 x 347 cms. Museo del Prado

miércoles, 21 de abril de 2010

Entre dos aguas



Leo, y no es la primera vez, que el Bolero de Ravel dura lo mismo que (debiera) el acto amoroso y sirve, incluso, como discreto acompañante capaz de marcar el ritmo de nuestra entrega. Hago un esfuerzo y me meto en la piel del compositor francés e, incluso, imagino cómo dibuja en un pentagrama diez minutos de pasión repletos de redobles de tambores que incitan a musitar, entre susurros, monamoures, sivouspleses, oui-oui-ouises, olalases y sefinises, tan ajenos a nuestro jolgorio patrio. Hoy, me levanto en rebelión contra los vecinos gabachos y monto mi particular Dos de Mayo en defensa del Producto Nacional Bruto. A ver quién es el afrancesado que me niega que no sea "Entre dos aguas", del maestro Paco de Lucía, la música que mejor acompase el apareamiento humano.

El Bolero comienza como una marcha militar llamando a filas a unos actores que parecen dirigirse a la instrucción de forma obligada, mientras que la composición del gaditano lo hace con una sugerente aparición de instrumentos que invitan a entrar suavemente en faena. Conforme avanza, la composición francesa sigue igual de monótona y machaca reiteradamente a sus aburridos amantes que parecen traer la lección aprendida de memoria. En cambio, los magistrales cambios de ritmo que soplan por la Bahía reflejan el sentimiento e improvisación que nos damos para cualquier arte.

Y el final, ¿qué me dicen del final? El Bolero de Ravel termina con la irrupción de unos vientos que suenan más a gatillazo que a otra cosa, y resulta imposible distinguir si la pareja alcanzó el clímax o el regazo de Morfeo.

¿Y el final? ¿Que qué decir del final? Que solo tienen que teclear “entre dos aguas” en YouTube para comprobar que el final… es el algecireño quien lo clava.

lunes, 22 de febrero de 2010

Genio y figura

Han pasado 133 días desde esta entrada.

Tres mil doscientas horas, casi doscientos mil minutos, once millones y medio de interminables segundos ha necesitado mi hijo Ignacio para llamarme de nuevo papá. Y no es que sea torpe. He tenido que soportar onomatopéyicos sonidos vacunos o perrunos, que pusiese juguetes en mis manos mientras decía "toma", que desgastase ante mí la manida sílaba "ma", o incluso que me llamase "pama".

De nada sirvieron mis palabras malsonantes o las amenazas de volver a utilizar tácticas oceánicas para conseguir mi empeño.

Jamás puso precio a su indiferencia. Genio y figura.

martes, 16 de febrero de 2010

Amor pirata

A veces el tiempo consigue acorralarme. Yo, que siempre escucho tarde las voces que llaman al abordaje, defiendo como puedo mi pequeño galeón. En la contienda, otra herida de guerra marca mi cojo espíritu que cual mediocre y asustadizo Capitán Patadepalo, cuyo parche le impide ver, pierde la serenidad y se defiende torpemente empuñando un romo garfio capaz de dejar, en sus propias filas, rasguños imposibles de sanar con una tirita.

Es evidente que necesito otra tregua. No se preocupen, será breve.

miércoles, 10 de febrero de 2010

Líneas aéreas

Dos paralelas
se abrazan en el cielo.
Axiom
a de Boeing.

martes, 9 de febrero de 2010

Llanto de sirenas

Anoche comenté en mi blog acompañado por un insistente canto de sirenas, tan cercano, que consiguió rebasar los límites de mi tranquilidad. Bajo mi ventana, un rosario de ambulancias y coches de policía apuntaban hacia el noventaitantos de la calle.

Al despertarme, la radio me anuncia que a partir de ahora seremos seis vecinos menos en el barrio. No estarán los ancianos que cada día tomaban el sol desde la terraza de su residencia.

Hoy, sin haber salido a la calle todavía, preveo que será muy difícil encontrar un aparcamiento libre en la calle Marqués de Nervión de Sevilla pues, supongo, que se impartirá un máster gratuito de periodismo para alumnos aventajados.

Descansen en Paz... al menos.

domingo, 7 de febrero de 2010

Mea culpa

A/a. Sr. Delegado regional de la SGAE
Marqués de Nervión 72. 41005-Sevilla

Sevilla, a 7 de febrero de 2010

Muy señor mío:

Enterado de que pretenden cobrarles 95 euros a los alumnos de un instituto gallego por la representación de una obra de Lorca, paso a informarle:

La pasada Navidad empecé a sospechar que a mi hija Alejandra, alumna de primer curso de Educación Infantil, le debían de estar inculcando la extraña costumbre de cantar canciones que no había compuesto. Cada día llegaba a casa tarareando un nuevo villancico y, al interrogarle sobre el asunto, me confesó que su querida teacher le estaba enseñando canciones de Cheeky Monkey en inglés. Pensé emprender acciones legales contra el centro, pero, al ser empleado del mismo, he reconsiderado el asunto.

Con mi hijo Ignacio, de 15 meses, no tengo el mismo problema puesto que no sabe hablar. Eso sí, baila como un poseso cada vez que escucha en la televisión la sintonía de Caillou o cuando le ponemos los Cantajuegos que le trajeron los Reyes Magos. He tratado el asunto con mi mujer y, como los niños no parecen razonar, estamos decididos a apartarles de tan demoníacas posesiones.

Es por eso por lo que le escribo, para pedirle de forma voluntaria el pago de los cánones derivados de la entonación de tales cantos, o de su baile sin permiso. De paso, y para no encontrarnos con desagradables sorpresas, sugiero que añadan a la factura la parte correspondiente a los derechos de autor de "El Exorcista", que no tendremos más remedio que plagiar debido a nuestra firme determinación.

Sin nada más que añadir, se despide afectuosamente este servidor de ustedes reconociéndoles, una vez más, la gran labor que están realizando.

Fdo. Alejandro Muñoz

P.D. Acabo de rebuscar en mi casa y todos los sellos que tenemos son del Juanca. Como no estoy seguro de saber si su precio incluye los royalties de cesión de la imagen del Monarca, prefiero pasarme por su oficina mañana para entregarle la carta en mano. Así de paso, si lo desea, podrá seguir tocándome las pelotas en persona, que siempre le gusta a uno saber con quién comparte tan íntimos menesteres.

miércoles, 3 de febrero de 2010

A veces, charla


A la hora de almorzar, cada día de la semana, puede verse una maciza figura de hombre subir los delicados escalones de travertino y hierro blanco del Chicago Arts Club. Aunque ahora camina cojeando (debido a frecuentes ataques de artritis) y generalmente debe usar bastón, Ludwig Mies van der Rohe parece bastante ágil, considerando su peso y edad. Su indumentaria es extremadamente elegante; la mayoría de sus trajes fueron hechos a medida por Knizé y le hacen lucir delgado y ágil. Es, real y discretamente, un poco "dandy": hay siempre un pañuelo muy suave y muy caro asomando por el bolsillo de su chaqueta y, efectivamente, sus efectos personales revelan la intención de rodearse de elementos de alta calidad.

Pero nada hay del "dandy" en sus rasgos: su cabeza parece cincelada en un bloque de granito; su cara, infinitamente surcada, tiene la apariencia aristocrática y plena de un rico burgués de Holanda pintado por Rembrandt. Caminando por el amplio espacio del Arts Club, que él mismo proyectara en 1951, Mies -como lo llama todo el mundo- saluda a un conocido o conversa con un amigo. Al hacerlo, su rostro tímido se ilumina con una sonrisa, algo dentuda, y habla con palabras breves y voz profunda, vacilante. Más tarde, después de un par de martinis y luego del almuerzo, Mies saca uno de sus enormes cigarros, se recuesta y, a veces, charla. Son las dos de la tarde, hora en que Mies está dispuesto para comenzar, en serio, un nuevo día.



Peter Blake
The Master Builders

Desde junio pasado estoy escribiendo una entrada que se me está resistiendo. Trata sobre las desavenencias entre el maestro Mies y Edith Farnsworth, una peculiuar clienta. Tengo demasiado claro lo que pretendo contar y quizá sea por eso por lo que no consigo acabarla. Sigo documentándome sobre el tema, desempolvando viejos libros que me acompañaron en la carrera y sopesando si debo releer la biografía crítica que Franz Shulze escribió o disfrutar de las Imágenes del Pabellón de Alemania que José Quetglas nos regalara. ¿Y todo para qué? Para escribir lo que habría escrito de no marear tanto la perdiz.

Hechas las aclaraciones pasemos a las presentaciones. Os he dejado arriba una semblanza de Mies, uno de mis textos preferidos sobre arquitectura: preciso en la descripción del personaje y capaz de explicar la obra del retratado a partir de su retrato.

Cuelgo una foto en mi perfil de la escultura "Amanecer", de Georg Kolbe, situada en el Pabellón de Alemania que Mies van der Rohe proyectara para la Exposición de Barcelona de 1929. Desconocía que los germanos amaneciesen por bulerías pero he de reconocerles el arte que se dan en el difícil arte de colocar bien una escultura, que no es arte fácil. Ella se encargará de recordarme a diario mi deuda pendiente.

Me parece razonable que, de vez en cuando, un poeta hable de Poesía en su blog. Me parece razonable que, de vez en cuando, un arquitecto hable de Arquitectura en su blog.

sábado, 30 de enero de 2010

Luna llena

Me parece casi un milagro que desde el jueves el sol caliente. Cielo despejado en Sevilla, días generosos y parques que recuperan a sus habitantes naturales. No sé por qué, pero asocio los plenilunios a las noches de primavera o verano; a la playa, la sierra y la Madrugá. Anoche, al cerrar mi ventana, la encontré acostándose frente a mí: voluptuosa, resplandeciente y presumiendo de geometría.

Hablando de milagros, quizá lo hayan pensado alguna vez: La tierra tarda casi treinta días en apartarse. El sol, mientras tanto, se entretiene cada noche proyectando nuestra sombra sobre su luna... tratando de hacer tiempo hasta volverla a ver inmaculada y desnuda.

Un quiebro que dura un mes.
A eso le llamo yo torear lento.

jueves, 28 de enero de 2010

Versos crudos

Creo que os debo a algunos de vosotros mi creciente interés por los libros rayados de la editorial Renacimiento. Ante los anaqueles de la biblioteca decidí cambiar a última hora las listas azuladas de Benítez Ariza por otras verdes -con lo poco que me gustan- de Karmelo C. Iribarren. En mis manos, La Ciudad, su antología poética.

No pretendo una reseña literaria del libro. Reconozco mi falta de talento, capacidad y conocimiento para ni siquiera intentarlo. Baste con que les cuente, no sin cierta vergüenza, que mi primer pensamiento fue si hallaría radikalismo detrás de esa portada.

Sea como fuere, su estilo directo y poco adornado es capaz de acertar en su objetivo: apuntando y acertando, muchas veces, en el centro de una diana impresionable como la mía. De no expresarse así no habría conseguido que varias veces al día recordase a la protagonista de dos de sus versos. Si no fuese así, no me acordaría ya de la víctima de tanta indiferencia y cinismo. Si no escribiese así, ella, no estaría condenada a tanta desdicha.


EL PRINCIPIO DEL FIN

Mientras ella se desnuda

poco a poco, incendiando

la alcoba,

él
- absorto en la pantalla,
ajeno por completo

a la deflagración -,

se juega mentalmente

un carajillo

a que el malo es el juez.


SINCERIDAD


Querías sinceridad sobre todas

las cosas. Que entre nosotros

- dijiste -, nunca se interpusieran

perfidias ni secretos. Que la duda

no arraigase jamás en nuestros

corazones. Querías sinceridad

a cualquier precio. Y que yo

sepa, eso es lo único que hice,

ser sincero, cuando te dije

que me lo había hecho una noche
con tu amiga. No entiendo,
pues, a qué vienen ahora esos

insultos, ni esas miradas torvas,

ni esas lágrimas. No entiendo

de qué vas, sinceramente.

domingo, 24 de enero de 2010

Chanel

Dos gotas de perfume
te sirven de pijama.

jueves, 21 de enero de 2010

Tinta china

Querido Jesús:

Aún recuerdo aquel septiembre del 81 en el que pisaste el aula del instituto por primera vez. Jamás podré olvidar, y creo que tú tampoco, aquellos hermosos rizos que consiguieron hechizarme. Lo nuestro no fue un amor a primera vista: mi rudo aspecto, mi ascendencia extranjera, o quizá el repetir curso, pudieron condenarme a sufrir tu indiferencia. Pasaron los días y comenzaste a reducir distancias conmigo: recuerdo que me miraste con extrañeza cuando decidiste darle un giro de tuerca a nuestra relación, abriendo y cerrando mis piernas con inusitada torpeza. Claro que no era mi primera vez, que llevaba años soportando los magreos de alumnos mayores; pero créeme, jamás había sufrido tocamientos como los tuyos.

Pronto adquiriste destreza, aunque, a las primeras de cambio, volvías a darme de lado para abandonarte a la escritura de tus adolescentes poemas. El saberme "a merced de tu pájaro" no me dolió tanto como sentirme carne de segundo plato al descubrir que pretendías agenciarte algo más sofisticado. Fueron los apuros económicos, y no otras razones, los que te hicieron regresar a mi entrepierna. Pese a todo, pasé el resto del curso dibujando alocados garabatos para ti.

Con emoción compruebo que me recuerdas con cariño y consigues reavivar llamas que creía extinguidas en mí. Te confieso que me hiciste inmensamente feliz en primero de BUP y que fuiste el único de la clase al que no le importó enrollarse conmigo, sin dejarse llevar por falsas apariencias o modas pasajeras. Desde aquí, pregono a los cuatro vientos que jamás conocí manos tan salvajes como las tuyas, capaces de hacerme correr, una y otra vez, con suma facilidad.

Ex corde, tu tiralíneas.

miércoles, 20 de enero de 2010

Rodrigo de Jerez

El revuelo que se armó en la cubierta de la Santa María le despertó súbitamente. Los marineros se agolpaban a babor repitiendo, sin saberlo, idénticos gritos a los dados por su tocayo trianero para anunciar el descubrimiento desde el palo mayor de la Pinta. Un escalofrío recorrió su cuerpo al comprobar que a la paleta de blancos, grises y azules que conformaron su horizonte durante dos meses, se incorporaban ahora los ocres y verdes de las tierras que avistaba.

No se sintió tan atraído como el resto por las indígenas semidesnudas que habitaban el lugar. Superada su desconfianza inicial, intimó con los guanahaníes, de los que adquirió la costumbre de inhalar el humo de la picadura del tabaco que envolvían en un mosquetón de hoja de palma.

Pese a su nombre, volvió a su Ayamonte natal a bordo de la Niña; pero su regreso a casa no fue tan feliz como esperaba. El hábito adquirido de echar humo por la boca, algo tan sólo al alcance del propio diablo, le puso en el punto de mira del Santo Oficio que lo apartó, por siete años, de su propia vida.

domingo, 17 de enero de 2010

Tratado de buenas maneras

Aunque soy una persona discreta y educada, sé que de vez en cuando escribo algunos improperios en las entradas o comentarios de mi blog.

¡Se acabó! A partir de hoy mi casa será un exquisito lugar de reunión donde prime la elegancia sobre el mal gusto. La razón es bien sencilla: desde hace una semana este país cuenta con una nueva internauta que me espía a hurtadillas... aunque siga sin entender cómo puedo escribir algo tan estúpido como que una nube sea un vaso de lluvia. Espero que mis instrucciones queden claras y sean bien recibidas por el respetable.

¡Un besito, mamá!

domingo, 10 de enero de 2010

¡WARNING!

Os confieso que soy uno de esos bichos raros que lee las instrucciones de todo lo que compra antes de empezar a usarlo. Siempre aparece, en lugar bien visible, la palabra que titula esta entrada... que te hace pensar si no sostendrás entre tus manos una bomba de relojería a punto de estallar.

Como ya sabrán los seguidores de varios blogs amigos, una vez más, los niños de Sevilla volvieron al colegio el 7 de enero con muchos de sus juguetes aún sin desembalar. Yo, que soy muy mal pensado, creo que es una maniobra administrativa para que el próximo año escribamos nuestras cartas al gordopilo escandinavo. Así no tendremos de qué quejarnos.

Por esta razón y la nevada de la que nos hemos librado hoy en Sevilla, por tan solo un par de grados, este fin de semana lo hemos dedicado a estrenar en casa los juguetes que trajeron los Reyes.

El libro de instrucciones de algunos de ellos es para mondarse. Les dejo como ejemplo tres útiles consejos:

En las instrucciones de un triciclo, de los que llevan un arnés de sujeción y palanca para empujarle, leo que "el vehículo infantil no cumple los requisitos recogidos en el Código de circulación. No utilizar sobre la vía pública"... consejo que, francamente, agradezco porque a mí no se me habría ocurrido pensarlo.

El fabricante de un teléfono de juguete me indica que "las baterías pueden dañar si se tragan. Consulte inmediatamente un doctor en el caso de que se un niño se trague una". También se insiste en que "deje las baterías fuera del alcance de los niños - peligro de sofocar".

Así que... conociendo a mi hijo, que se sofoca por cualquier tontería, dejaré siempre las pilas fuera de su alcance... no se sea que se sofoque al verlas y tengamos que avisar un doctor.

lunes, 4 de enero de 2010

Cordobés hasta el cogote

Leo en la página 218 del “Libro de oro de la poesía en lengua castellana” que me prestó mi bibliotecario, Sir Arthur Evans, este apunte biográfico:

Nació en Córdoba (desde donde les saludo). Su padre, don Francisco de Argote, era famoso letrado, y su madre, doña Leonor de Góngora, pertenecía a una noble familia. Antepuso el apellido materno al paterno por parecerle más noble y más eufónico…

Y así tuvo que ser, porque siendo cordobés y llamándose Luis Argote, cabe suponer que con esos amigotes, antes o después, al igual que a los sonetos… lo rematase un estrambote.

sábado, 2 de enero de 2010

El rey león

León, parque zoológico de Córdoba
Hace un rato, me encontraba en el zoo de Córdoba con mis hijos y dos de mis sobrinos. Contemplábamos por la ventana de cristal a la pareja de leones; ella mantenía fría nuestra mirada y él disfrutaba de una reparadora siesta mañanera.

Estábamos a punto de desistir en nuestro empeño por ver despertar al león, cuando éste se levantó, se acercó hasta el cristal, puso su cara a un centímetro de la de mi hijo que le sonreía desde su carrito, bostezó, se apartó unos metros del expectante público y puso a la leona mirando hacia Cuenca; con lo que despertó, definitivamente, a lomos de su amada.

- ¡Mira, mira, se están besando! - dijo mi sobrina.
- ¡Es verdad, papi! - respondió mi hija.
- Se están besando en la boca - añadió mi sobrina.
- Yo diría que en el cuello - contesté algo apurado.

No tardó ni siquiera un minuto en rematar su faena. Después se estiró, restregó su lomo contra un árbol y se tendió de nuevo en el suelo. Al salir del parque zoológico pregunté a las pequeñas por su animal preferido:

- A mí me han gustado los osos - dijo mi hija.
- A mí los monos - añadió mi sobrina.
- ¿Y a ti, papi?
- El rey león - dije casi sin pensarlo.