No duró más de treinta segundos la entrevista. Cuando el entrevistado español, residente en Moscú, salió por peteneras al ser preguntado sobre si los informativos de las televisiones rusas emitían imágenes de los devastadores efectos de los bombardeos en Ucrania, el presentador de los informativos decidió cortar la comunicación de inmediato.
No me voy de Rusia, contestó a la pregunta anterior, debo ganarme mi sueldo aquí y estamos esperando a que los políticos se pongan de acuerdo, apostilló. Mire usted, señor mío, hace más de diez días que casi el cien por cien de los políticos de todo el mundo por fin se han puesto de acuerdo en algo, o sea, en que Vladimir Putin es un hijo de puta con todas sus letras. Usted, en cambio, parece no haberse enterado.
Hace tiempo que alguien dijo que si un tonto más entraba en España por lo Pirineos, irremediablemente caería otro al mar por Algeciras, pues aquí pocos más deben caber. Por lo visto, no es necesariamente así, también exportamos vainas a Rusia. Otro equidistante, de los que les hablaba ayer. Debe de ser una plaga. Más perdido que el barco del arroz, parece estar. Como un belga por soleares, se quedó el presentador. Estupefacto, más bien, yo.