La espera ha sido larga. Ayer, mi hijo Ignacio dijo papá por primera vez. He de reconocer que llamaba a su madre, casi siempre por interés, desde la pasada primavera y que yo, desairado por su menosprecio y a hurtadillas, trataba de conseguirlo en vano.
Sé que debería haber dejado caer un par de lágrimas y a punto estuve de hacerlo; más por pura pena que por la emoción. Ocurrió en la playa, de forma inesperada. Se comportó como un valiente, aguantó el primer minuto de manera estoica y cuando vio que el Océano Atlántico le llegaba hasta el cuello, repitió la ansiada palabra hasta tres veces seguidas: ¡pa pa...pa pa...pa pa...!
¡No! Que nadie me denuncie por malos tratos. En mi descargo alegaré que más que octubre parecía agosto y que su cuerpo, desde los pies hasta las orejas, era un puro terrón.
Foto: Ignacio una hora antes de ser torturado. 11 de octubre de 2009.