domingo, 15 de noviembre de 2009

El destierro del manchego

 
Como cada mañana, la joven Carmen entró en la habitación sosteniendo la bandeja y encontró al viejo asomado a la ventana. Al preguntarle cómo se encontraba, recibió la respuesta de siempre: “Como los toros, observando los giros del tiempo”. 
Nada conocía ella de su identidad, salvo que las mujeres de su familia habían perdido la cuenta de los años que llevaban cuidándolo a cambio del generoso pago que recibían de una noble familia. Ella ignoraba que fue el protector del viejo, el Duque de Béjar, quien pidió al de Medinaceli que "diesse refugio de por vida al viajero portador de la presente, que partía a tan alejadas tierras huyendo de su propio entierro". Y así fue como recibió cobijo en una vieja torre del Cerro del Castillo, bañada por las brisas de la Bahía y con hermosas vistas de la campiña. 
Abandonó su refugio en una ocasión, poco después de su llegada, cuando le visitó Sansón Carrasco, el único amigo que sabía de su paradero. Enterado del grave padecimiento del Manco, consiguió llegar a tiempo al sepelio, oculto bajo un hábito de monje. Se quedó al final, en el lugar que le pareció más discreto, y reconoció sin problemas a la otra figura que trataba de pasar tan desapercibida como él mismo. Antes de marcharse, amparado por su condición de viejo torpe, le asestó un soberbio pisotón al caballero Lope. 
Los años restantes los dedicó a sus solitarios paseos, la lectura de libros amarillentos y, sobre todo, a esperar a los que antes o después vendrían a buscarlo. El viejo, que seguía asomado a la ventana, se giró para mirarla apoyando su mano sobre el yelmo que tenía en la mesa. Aguardó a que le prestara atención y le dijo: “¡Carmencita! Cuatrocientos años ha que avisé de los peligros de esos gigantes que andan rondando ahí fuera y nadie quiso escucharme. Ahora, es demasiado tarde”. 
Ella esperó, por si tenía algo más que añadir, y se volvió hacia la puerta pensando que estaba loco de atar. Mientras se alejaba, sentía cómo la mirada del anciano se clavaba en sus ajustados pantalones vaqueros, tratando de pellizcarle allí donde se unen las cuatro costuras. 
“¡Y quería el necio de Sancho que me refugiase en El Toboso!” oyó que le decía don Alonso Quijano mientras cerraba la puerta.


Ruta del Toro (vertedero eólico de Andalucía)
13 de julio de 2009