viernes, 5 de junio de 2009

Un peralto

Torre Agbar. Barcelona
Al pasar el lunes pasado por las catacumbas del colegio, léase pasillos de 1.º y 2.º de ESO, tuve que pararme frente a una clase en la que se había formado una melé de alumnos que poco tenía que envidiarle a las del Cinco Naciones de Rugby. Plantado frente a la puerta, esperé hasta que el grupo se disolviera. La pelota hizo acto de presencia en forma de alumno descamisado, despeinado y mejor no pensar si habría que añadir otro “des” más a la descripción. Uno de sus amables compañeros me explicó que el juego consistía en practicarle torturas mediante pequeñas dosis de cosquillas colectivas. ¡Ah!, expresé, y me di la vuelta pensando en que el tiempo parecía no haber pasado por aquellas aulas donde, cuando era niño, también me entretenía en los descansos entre clases jugando al Teto -ver última definición- y otras lindezas parecidas. Mi preferida era: 

- ¿Sabes lo qué es un peralto?
- No- respondía mi víctima.
- ¡Un carajo así de alto!- contestaba mientras colocaba la palma de mi mano a la altura de la coronilla.

Otros condiscípulos míos tenían otra afición más artística si cabe: se pasaban el día dibujando, compulsivamente, carajos en los cuadernos, mesas, paredes y pizarras del colegio. A día de hoy, constato que es una costumbre no extinguida aún. Es más, desde que el colegio se hizo mixto, la hicieron extensiva a los cuadernos, agendas y pupitres de sus compañeras de clase.

No piensen que esta afición por el dibujo esquemático de la parte central de la anatomía masculina es algo que se esfume con la edad. El peralto más grande que he visto dibujado en mi vida fue en mi primer curso de Arquitectura. Transcurría el año 1986 cuando los profesionales del sector decidieron que había que oponerse a una recién aprobada ley de incompatibilidad, que afectaba a algunos de ellos, y decidieron usar mano de obra barata para llevar a la calle sus reivindicaciones… 

… Después de pasar toda la noche con el culo pegado al asiento del autobús, nos bajamos en el centro de Madrid y nos dirigimos hacia el punto de encuentro. Al llegar al cruce de calles, a mi derecha había un grupo que cantaba a la policía: ¿de qué escuela son, esos de marrón?, ¿de qué escuela son, esos de marrón?; y por mi izquierda aparecieron otros que gritaban: ¡Rupert, te necesito!, ¡Rupert, te necesito!, coreando el eslogan del famoso peluquero que ante nuestra insistencia tuvo que asomarse para saludar y que le dejásemos trabajar en paz. Cuando me giré, a mi espalda, los alumnos de la escuela de La Coruña formaban la cabecera de la manifestación. Animados por las dificultades de nuestra carrera portaban un enorme carajo, de un par de pisos de alto, que como buenas promesas del campo de la construcción habían cimentado sobre una sólida base que pasó a ser el lema de la protesta. Bajo su imponente presencia una enorme pancarta rezaba: “ARQUITECTURA: LARGA Y DURA”.

N.B. Jean Nouvel es un prestigioso arquitecto francés. Su torre Agbar de Barcelona, de 145 metros de altura, es sin duda uno de los mayores peraltos construidos en Europa. En 1986 tenía 41 años, mi edad actual. Aunque desde hace tiempo guarde un sorprendente parecido con el calvo de la suerte, el que anunciaba la lotería de Navidad, todavía me sigo preguntando si aquel agitado día no estaría con Rupert, dándose un arreglito.