Las lesiones y quemaduras de la última paliza la llevaron el miércoles al hospital. Se aferró al pequeño hilo que la mantenía con vida y no pudo recuperarse de la cuarta parada cardiorrespiratoria que sufrió. Falleció anoche en Tenerife.
Tenía tres años.
Como padre de otra niña de su misma edad, conozco el miedo que provoca un tonto tropiezo, el llanto que sigue a la caída, el susto de encontarse sola un instante y la angustia que cada noche despierta a una inocente criatura que cree ver brujas en su cama y pide que no te vayas. Me horroriza pensar que una niña como ella haya tenido que enfrentarse a monstruos de carne y hueso cuando la naturaleza sólo la preparó para ser querida... amada, mimada, cuidada, deseada, abrazada, acariciada, consentida y adorada.
Le pido a Dios que se apiade de ella y la quiera allí como no lo hicieron aquí. Que le nombre jefa de los ángeles de la guarda y que, desde ahora mismo, se entretenga ayudando a caer a esos pequeños que, inexplicablemente, nunca se hacen daño. Que la acurruque y le de una infancia feliz (si todavía es posible).
Le pido a la justicia que semejante hijo de puta se pudra en la cárcel.
Y les pido disculpas por amargarle el inicio del fin de semana. Lo siento. Espero que comprendan que es la primera vez que lloro ante el ordenador.