miércoles, 20 de mayo de 2009

dulce

(continuación)

T, al otro lado de la carretera, oyó el ruido mientras cerraba de nuevo la cancela. No fue el sonido del camión, sino un leve quejido, lo que llamó su atención. Al volverse, vio su cuerpo en la cuneta. Reconoció al perro de las orejas caídas que la acompañaba en sus paseos.

Sin saber bien la razón, lo llevó hasta la curva cerrada junto al acantilado, la de las vistas bellas que resultaba peligrosa si no se circulaba con precaución. Pasó un rato con el perro en brazos y decidió arrojarlo al mar. Pensó que no estaba bien acabar su funeral de esa manera. Tomó dos palos y un trozo de cuerda que encontró, los anudó lo mejor que supo y los clavó entre dos rocas. Volvió en busca de las flores y las enredó formando una corona que colgó de la cruz. Puesta en pie, rezó una oración y recitó los versos que su abuela le había enseñado durante las largas tardes que pasó ingresada en el hospital en aquel verano de infausto recuerdo.

Despidió a su amigo con un derroche de encantadora e inocente dulzura.

Tiene la Tarara
un cesto de flores
que si se las pido
me da las mejores