jueves, 2 de enero de 2014

Km 9: Cálculos peregrinos

No está uno para demasiados cálculos en la calle Torneo, a 33 kilómetros de la meta, aunque es cierto que cuando alguien se habitúa a correr su cabeza no para de hacerlos constantemente. Por eso, y ante la inutilidad de averiguar si llevo un ritmo que me permita rebajar las cuatro horas mi cabeza se entretiene en otros cálculos más peregrinos.
Desde que entramos en el Paseo de Colón el circuito está delimitado en algunos puntos por vallas metálicas, ora a la diestra, ora a la siniestra. Cuando corro mi mente procesa información constantemente, además de hacer cálculos actúa como un radar capaz de detectar cualquier obstáculo que se interponga en mi camino. Parece que no es así para el resto de corredores pues desde un par de kilómetros atrás es constante el ruido de vallas que se arrastran. Los hay de dos tipos diferentes, los golpes secos y los continuos. Los primeros no representan para un corredor mayor problema que un pequeño traspiés cuyas consecuencias no irán más allá de un insignificante moratón. Los segundos son diferentes pues si el ruido de la valla no cesa hasta que termina de arrastrase solo se puede deber a que el empuje lo hace un corredor con la parte central de su anatomía (y una pierna a cada lado), o lo que es lo mismo, un maratoniano que en caso de llegar a meta lo hará con los huevos cascados.

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Ya he dicho que cuando uno se habitúa a correr se convierte en una especie de calculadora humana, alguien que es capaz de precisar antes de salir de casa si regresará a tiempo para el baño y la cena de los niños; o que incluso es capaz de modificar su recorrido habitual para hacer los kilómetros o tiempos que pretende con un error de precisión prácticamente inapreciable.
Esta fría mañana de domingo es diferente, más que anticipar los kilómetros que voy a correr mi cabeza solo piensa en cuándo volverá a sentir las orejas, de sí hará sol cuando llegue por la dársena a San Jerónimo o sobre si Melendi, que me acompaña hoy, dejará de cantarle odas a los canutos que se fuma. Y no solo eso, también pretende averiguar la edad de la única corredora que no se protege del frío con mallas, cortaviento, guantes, gorro o braga. Va con calzón corto y camiseta de algodón y tengo la seguridad de que debe de haber pasado más de un lustro desde que superó la edad de jubilación. Además, y sobre todo, me da por pensar en dejar de hacer el vaina desde tan temprano y no volver a madrugar en esos días en los que apetece hacer cualquier cosa antes que preparar en serio otra maratón.