Hace unas horas me encontraba tirado en la alfombra con mi hija Alejandra. Agotábamos el último suspiro del Puente de La Inmaculada y el despojo en que éste me convirtió, yo mismo, trataba de leerle un cuento.
- ¿Papá, yo soy persona? - fue la pregunta que interrumpió hoy nuestra lectura.
- ¡Claro, Alejandra!
- ¿Y el hermanito?
- También, mi vida.
- ¡No, él no!
- Aunque pequeño, llega a ser persona también. Trata de recordar… ¿a quién hemos visto hoy más pequeño que Nachete?
- A Gonzalo, papá.
- Él es otra persona, ¿sabes?
- ¡No! Él no... y tú tampoco - sentenció.
¿Y mamá, Alejandra? - Ella sí, papá... ¿Y el primo Miguel? - No... ¿Y el primo Emilio? - No... ¿Y la prima Marina? - ¡Sí, papá!... ¿Y el primo Álvaro? - No... ¿Y el primo Nono? - No... ¿Y la abuela Aurora? - Sí... ¿Y la abuela Mari? - Sí... ¿Y el abuelo Manolo? - ¡No, papá!...
Pasaron por nuestra conversación un sinfín de familiares y amigos hasta que logré entender la lógica de su razonamiento. Sorprendido porque una mocosa de tres años pudiera pensar así, le dije:
- Ya lo entiendo, Alejandra ¿Cómo puedo convertirme en persona?
- ¡Yo lo puedo hacer papi, con una varita!
Acto seguido, blandió una bellota que habíamos encontrado en el campo y dejamos de ser cosas, o animales, su pequeño hermano y quien les escribe.
- ¿Papá, yo soy persona? - fue la pregunta que interrumpió hoy nuestra lectura.
- ¡Claro, Alejandra!
- ¿Y el hermanito?
- También, mi vida.
- ¡No, él no!
- Aunque pequeño, llega a ser persona también. Trata de recordar… ¿a quién hemos visto hoy más pequeño que Nachete?
- A Gonzalo, papá.
- Él es otra persona, ¿sabes?
- ¡No! Él no... y tú tampoco - sentenció.
¿Y mamá, Alejandra? - Ella sí, papá... ¿Y el primo Miguel? - No... ¿Y el primo Emilio? - No... ¿Y la prima Marina? - ¡Sí, papá!... ¿Y el primo Álvaro? - No... ¿Y el primo Nono? - No... ¿Y la abuela Aurora? - Sí... ¿Y la abuela Mari? - Sí... ¿Y el abuelo Manolo? - ¡No, papá!...
Pasaron por nuestra conversación un sinfín de familiares y amigos hasta que logré entender la lógica de su razonamiento. Sorprendido porque una mocosa de tres años pudiera pensar así, le dije:
- Ya lo entiendo, Alejandra ¿Cómo puedo convertirme en persona?
- ¡Yo lo puedo hacer papi, con una varita!
Acto seguido, blandió una bellota que habíamos encontrado en el campo y dejamos de ser cosas, o animales, su pequeño hermano y quien les escribe.