A la hora de almorzar, cada día de la semana, puede verse una maciza figura de hombre subir los delicados escalones de travertino y hierro blanco del Chicago Arts Club. Aunque ahora camina cojeando (debido a frecuentes ataques de artritis) y generalmente debe usar bastón, Ludwig Mies van der Rohe parece bastante ágil, considerando su peso y edad. Su indumentaria es extremadamente elegante; la mayoría de sus trajes fueron hechos a medida por Knizé y le hacen lucir delgado y ágil. Es, real y discretamente, un poco "dandy": hay siempre un pañuelo muy suave y muy caro asomando por el bolsillo de su chaqueta y, efectivamente, sus efectos personales revelan la intención de rodearse de elementos de alta calidad.
Pero nada hay del "dandy" en sus rasgos: su cabeza parece cincelada en un bloque de granito; su cara, infinitamente surcada, tiene la apariencia aristocrática y plena de un rico burgués de Holanda pintado por Rembrandt. Caminando por el amplio espacio del Arts Club, que él mismo proyectara en 1951, Mies -como lo llama todo el mundo- saluda a un conocido o conversa con un amigo. Al hacerlo, su rostro tímido se ilumina con una sonrisa, algo dentuda, y habla con palabras breves y voz profunda, vacilante. Más tarde, después de un par de martinis y luego del almuerzo, Mies saca uno de sus enormes cigarros, se recuesta y, a veces, charla. Son las dos de la tarde, hora en que Mies está dispuesto para comenzar, en serio, un nuevo día.
Peter Blake
The Master Builders
The Master Builders
Desde junio pasado estoy escribiendo una entrada que se me está resistiendo. Trata sobre las desavenencias entre el maestro Mies y Edith Farnsworth, una peculiuar clienta. Tengo demasiado claro lo que pretendo contar y quizá sea por eso por lo que no consigo acabarla. Sigo documentándome sobre el tema, desempolvando viejos libros que me acompañaron en la carrera y sopesando si debo releer la biografía crítica que Franz Shulze escribió o disfrutar de las Imágenes del Pabellón de Alemania que José Quetglas nos regalara. ¿Y todo para qué? Para escribir lo que habría escrito de no marear tanto la perdiz.
Hechas las aclaraciones pasemos a las presentaciones. Os he dejado arriba una semblanza de Mies, uno de mis textos preferidos sobre arquitectura: preciso en la descripción del personaje y capaz de explicar la obra del retratado a partir de su retrato.
Cuelgo una foto en mi perfil de la escultura "Amanecer", de Georg Kolbe, situada en el Pabellón de Alemania que Mies van der Rohe proyectara para la Exposición de Barcelona de 1929. Desconocía que los germanos amaneciesen por bulerías pero he de reconocerles el arte que se dan en el difícil arte de colocar bien una escultura, que no es arte fácil. Ella se encargará de recordarme a diario mi deuda pendiente.
Me parece razonable que, de vez en cuando, un poeta hable de Poesía en su blog. Me parece razonable que, de vez en cuando, un arquitecto hable de Arquitectura en su blog.