León, parque zoológico de Córdoba |
Hace un rato, me encontraba en el zoo de Córdoba con mis hijos y dos de mis sobrinos. Contemplábamos por la ventana de cristal a la pareja de leones; ella mantenía fría nuestra mirada y él disfrutaba de una reparadora siesta mañanera.
Estábamos a punto de desistir en nuestro empeño por ver despertar al león, cuando éste se levantó, se acercó hasta el cristal, puso su cara a un centímetro de la de mi hijo que le sonreía desde su carrito, bostezó, se apartó unos metros del expectante público y puso a la leona mirando hacia Cuenca; con lo que despertó, definitivamente, a lomos de su amada.
- ¡Mira, mira, se están besando! - dijo mi sobrina.
- ¡Es verdad, papi! - respondió mi hija.
- Se están besando en la boca - añadió mi sobrina.
- Yo diría que en el cuello - contesté algo apurado.
- ¡Es verdad, papi! - respondió mi hija.
- Se están besando en la boca - añadió mi sobrina.
- Yo diría que en el cuello - contesté algo apurado.
No tardó ni siquiera un minuto en rematar su faena. Después se estiró, restregó su lomo contra un árbol y se tendió de nuevo en el suelo. Al salir del parque zoológico pregunté a las pequeñas por su animal preferido:
- A mí me han gustado los osos - dijo mi hija.
- A mí los monos - añadió mi sobrina.
- ¿Y a ti, papi?
- El rey león - dije casi sin pensarlo.
- A mí los monos - añadió mi sobrina.
- ¿Y a ti, papi?
- El rey león - dije casi sin pensarlo.